viernes, 22 de octubre de 2010

Con mucha azúcar para alegrar este amargo café.


Típica tarde de viernes. Pasando horas y horas hablando en una cafetería de barrio, cutre, simple, triste, pero normalmente estas cafeterías suelen ser las mejores. Nadie te trata con prisas, ni se enfada cuando pides la carta, ni les molesta que simplemente entres para tomarte un café con tus amigas, la típica excusa. Todo el mundo sabe que cuando pasas a una cafetería y pides una simple coca-cola o un triste café, es para poder quedarte en ese establecimiento durante horas hablando con tus amigas. Contado cosas sin importancia que han pasado durante esa semana, anécdotas de clase, disparates que hacemos en algún determinado momento. Conversaciones estúpidas, simples y sin demasiada importancia, pero esas tertulias de una triste tarde de viernes con un cielo encapotado son lo que, poco a poco, forjan grandes amistades. Esas pequeñas cosas hacen que paso a paso te ganes la confianza de esas personas, y tu confíes más en ellas. Cada tarde un poquito más y así, sin darte cuenta tienes delante de ti a las posibles seis personas más importantes en esta etapa extraña y confusa, donde todo o te parece blanco, o negro. Donde crees que es el fin del mundo por no poder salir un sábado por la noche. Ellas, están ahí para recordarte que las cosas pueden ser de mil colores, abrirte los ojos y hacerte entrar en razón. Algunas son sensatas, otras soñadoras, también alocadas, divertidas, alegres, sonrientes, comprensivas y sobre todo, buenas escuchando todas las penas que se pueden tener con diecisiete años. Por eso las llamamos amigas, sino serian simples conocidas o compañeras de instituto.
Jamás había apreciado tanto un café como lo hago ahora.







No hay comentarios:

Publicar un comentario